Cachetes Por La Mañana

Relatos de una madre

Mientras beso cuatrocientas veces tus cachetes redonditos y acolchonados mi corazón inmediatamente mira al cielo y, con cada beso, recita una oración hermosa, no por su complejidad, sino más bien por su simpleza y sinceridad “gracias Dios mío, gracias, gracias, gracias.” Y, aunque todavía está oscuro, veo esa chispita de inmensidad que irradian tus ojos y con esa pijama blanca eres lo más parecido a un ángel sin alas revoloteando por mi cama y por mi corazón.  Inevitablemente pienso ¿qué hice para merecerte?, ¿será qué has venido a la tierra a salvarme?

Cada beso repara algo muy dentro de mí, con un poder capaz de viajar al pasado y transcender hacia futuras generaciones. Mi oración más que gratitud es una suplica. Dios sabe lo que verdaderamente clama mi alma, “te lo ruego, jamás, jamás, jamás lo apartes de mí”. Y es que amar no es fácil y menos cuando eres madre y tu corazón vive permanentemente fuera de ti.

La idea de perder aquello que ha sido fruto de mis entrañas es inconcebible, sin embargo se mantiene siempre latente y de forma irónica es el motor que me lleva a amarte cada vez más. De tal manera que, una parte de mí se petrifica en cada sonrisa, en cada caricia, en cada mirada, en cada lágrima, en cada beso y ese deseo omnipotente e infantil de querer detener el tiempo y ser eterna contigo se intensifica.

Amarte tanto se convierte en una ilusión, en una especie de velo, lo cierto es que el tiempo sigue pasado y llegará un momento en que tus cachetes por la mañana ya no podrán ser la solución a todos mis problemas. Porque mientras te beso, se me olvida los tormentos que llegan a mis pensamientos sin permiso, se me olvida lo que está sucediendo en el mundo externo, se me olvida la noche en vela que pasé y se me olvida otro montón de cosas que simplemente pierden la batalla cuando se detienen delante de ti. Me cuesta comprender si esto es perspectiva o simplemente locura pura.

Me rindo ante mi indefensión y me entrego al momento. Sigo besando esos cachetes como si no hubiera mañana y probablemente aumente la dosis:  cachetes por la tarde, cachetes por la noche, cachetes por la madrugada. Qué más da, no puedo detener el tiempo, sólo me queda gozar y agradecer este momento en que todavía logro sostenerte todito entre mi pecho y mis brazos.

Y es que la maternidad es justamente eso, cierto: la impotencia de no poder detener el tiempo, la vulnerabilidad de vivir con el corazón fuera de uno mismo, la entrega sin medida que en ocasiones despersonaliza y el duelo negado de saber que lo que más amamos no nos pertenece.

Con el favor de Dios, algún día esos cachetes crecerán y tomarán rumbo propio, ese es mi mayor deseo y a la misma vez mi mayor condena. Me conformo con lo que me has hecho sentir, con lo que me has ayudado a crecer, con todo el amor que te he podido dar y con cada uno de esos besos que permanecerán en mí y en ti por siempre.

Anterior
Anterior

No hay resurrección sin cruz

Siguiente
Siguiente

No hay tiempo para tanta prisa