No hay resurrección sin cruz

El día antes de partir.

Miré a mi esposo en busca de consuelo, pero no hallé ninguno. Sus ojos cristalinos eran un reflejo puro de mi corazón angustiado. Unas ganas latentes de gritar “Señor, si es Tu voluntad aparta de nosotros esta copa” emergía por todos los poros de mi cuerpo. Y sentí ese miedo, disfrazado de arrepentimiento, que se asoma justo antes de soltar… perdón, de saltar a la incertidumbre.

No hay resurrección sin cruz. Por más que intentemos negarlo así es desde el punto de vista que lo veamos: personal, espiritual, familiar o psicológico.

Vuelvo a ver a mi esposo y no, no tengo palabras, sé que él tampoco para mí and that’s ok. En este momento ninguno hará el esfuerzo de buscarlas. Anteriormente nos hemos dicho con esperanza “estamos juntos en esta”, “Dios nos acompaña”, “todo va a estar bien,” “grandes cosas están por venir.” No obstante, esta vez, ya con las horas contadas, el silencio se nos hace más acogedor y de paso más sincero.

Desviamos la conversación a temas mundanos: las maletas, el vuelo, la llegada. Sin embargo, la angustia que llevamos por dentro es palpable. Quiero decirle te amo, quizás así resuma todo lo demás, pero como si me leyera el pensamiento se me adelanta y lo dice él primero “te amo” , “y yo a ti amor” respondí, “yo sé” constestó.

Mientras tanto, Felipe Andrés nos llama con su llanto. Ese llamamiento se nos hace más intenso y pesado que nunca, probablemente porque él era el único capaz de expresar lo que nosotros llevábamos por dentro.

¿Cómo se sostiene a otro cuándo estás a punto del derrumbe? Mi consejo es: Pregúntenle a una madre. Lo cojo en brazos y cariñosamente lo mimo, lo beso, le hablo. Felipe me mira detenidamente, hasta que su padre interrumpe haciendo un sinfín de muecas que lo hacen reír a él, y de paso a mí.

Eso también es sostener pensé. Yo sostengo, él sostiene, la risa de Felipe Andrés nos sostiene, en fin, nos sostenemos.

A medida que pasa el día el nudo en la garganta crece, la presión en el pecho aumenta y siento que me cuesta respirar. Cierro los ojos y con pocas fuerzas y muchas ganas de llorar digo “no me dejes sola, en Ti confió”. Y sin ánimos de ofender a nadie me pregunto: ¿cómo harán las personas que no confían y que no esperan en Dios para sobrellevar los grandes desafíos de la vida? Me entristece pensar en su soledad.

Nuestro circulo cero sabe que no nos vamos detrás de dinero, comodidad o poder. A veces todavía les cuesta entender por qué nos vamos. Nosotros, en cambio, la mayoría del tiempo, lo tenemos claro. Nos vamos persiguiendo una promesa de Dios.  Un Dios que siempre ha sido fiel con nosotros y una promesa que habla de familia, de amor, de sentido y de una vida nueva.  Y es que ¿las mejores construcciones no requieren previamente de una gran demolición? Repito: no hay resurrección sin cruz. Nos tocará esperar a ver.

Detrás del miedo, la incertidumbre y la angustia descansa un sentimiento de paz, amor y esperanza. Donde estén ellos, ahí descansa mi corazón; donde estén ellos, ahí está mi paz; donde estén ellos, ahí está mi hogar.

Bye Panamá 🇵🇦, see you soon México 🇲🇽.

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